Caracterizar
a una persona no es tarea menor; trazar un cuadro con aquellos rasgos que le
son propios, tiene sus secretos. En este caso se presenta a Alden Whitman y la
descripción es obra de un maestro del periodismo como lo es Gay Talese.
A media
mañana se viste con uno de los dos o tres trajes que posee y, mirándose
brevemente al espejo, endereza su pajarita. No es un hombre guapo. Tiene
una cara corriente, algo redonda,
siempre seria cuando no severa, coronada con una espesa cabellera castaña que,
a pesar de sus cincuenta y dos años, no peina la menor cana. Detrás de las gafas de concha hay
dos ojillos azules a los que cada tres horas aplica unas gotas de pilocarpina
para su enfermedad de glaucoma, y tiene un espeso bigote rojizo debajo del cual
asoma casi todo el día una pipa agarrada fuertemente por una dentadura postiza.
Sus
dientes, los treinta y dos, le fueron arrancados una noche de 1936 por
tres matones en un callejón de su ciudad
de origen, Bridgeport, Connecticut. Tenía
entonces veintitrés años, se había licenciado en Harvard el año anterior
y sus asaltantes aparentemente se oponían a unos puntos de vista sostenidos por
él. No les guarda rencor y admite que
tenían su propia opinión. Tampoco añora sus perdidos dientes; dice que estaban
muy cariados y que fue una bendición librarse
de ellos.
Pero Talese
entiende que para completar el perfil del personaje debe recurrir a su esposa y
más que a ella, a los motivos que la llevaron a enamorarse de él.
Cuando
termina de vestirse, Whitman se despide de su mujer, pero no por mucho tiempo. Ella trabaja también en el Times, y fue allí donde un día de la
primavera de 1958 la vio mientras cruzaba la gran sala de redacción en el
tercer piso con un traje estampado de
Paisley, trayendo una prueba de imprenta
emborronada de tinta del departamento femenino situado en el noveno
piso. (…)
Joan
estaba fascinada por Whitman, en particular por su cerebro de urraca repleto de toda clase de conocimientos inútiles: podía recitar la lista de los
papas cronológicamente y al revés; sabía
los nombres de los amantes de cada rey y la fecha de su reinado; que el Tratado
de Westfalia se había firmado en 1648; que
las cataratas del Niágara tienen 56 metros de altura; que las serpientes
no pestañean; que los gatos se encariñan
con los lugares y no con las personas, y los perros con las personas, y no con
los lugares; estaba suscrito regularmente al New Statesman, Le Nouvel
Observateur y a casi todos los periódicos del quiosco “Out-of-Town” de Times Square; leía dos
libros al día; había visto a Bogart en “Casablanca” tres docenas de veces. Joan
sabía que tendría que ver de nuevo a Whitman, aunque tenía dieciséis años menos
que él, era hija de un cura protestante
y él era ateo. Se casaron el 13 de noviembre de
1960.
Con
esta descripción el lector ya tiene una idea de quién es Alden Whitman. Ahora
bien, ¿qué fue lo que llevó a Talese a interesarse en él? No comamos ansias,
ello será tema de otra habladuría.
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