martes, 21 de febrero de 2017

Perfil


Caracterizar a una persona no es tarea menor; trazar un cuadro con aquellos rasgos que le son propios, tiene sus secretos. En este caso se presenta a Alden Whitman y la descripción es obra de un maestro del periodismo como lo es Gay Talese.
A media mañana se viste con uno de los dos o tres trajes que posee y, mirándose brevemente al espejo, endereza su pajarita. No es un hombre guapo. Tiene una  cara corriente, algo redonda, siempre seria cuando no severa, coronada con una espesa cabellera castaña que, a pesar de sus cincuenta y dos años, no peina la  menor cana. Detrás de las gafas de concha hay dos ojillos azules a los que cada tres horas aplica unas gotas de pilocarpina para su enfermedad de glaucoma, y tiene un espeso bigote rojizo debajo del cual asoma casi todo el día una pipa agarrada fuertemente por una dentadura postiza.
Sus dientes, los treinta y dos, le fueron arrancados una noche de 1936 por tres  matones en un callejón de su ciudad de origen, Bridgeport, Connecticut. Tenía  entonces veintitrés años, se había licenciado en Harvard el año anterior y sus asaltantes aparentemente se oponían a unos puntos de vista sostenidos por él.  No les guarda rencor y admite que tenían su propia opinión. Tampoco añora sus perdidos dientes; dice que estaban muy cariados y que fue una bendición librarse  de ellos.

Pero Talese entiende que para completar el perfil del personaje debe recurrir a su esposa y más que a ella, a los motivos que la llevaron a enamorarse de él.
Cuando termina de vestirse, Whitman se despide de su mujer, pero no por   mucho tiempo. Ella trabaja también en el Times, y fue allí donde un día de la primavera de 1958 la vio mientras cruzaba la gran sala de redacción en el tercer  piso con un traje estampado de Paisley, trayendo una prueba de imprenta  emborronada de tinta del departamento femenino situado en el noveno piso. (…)
Joan estaba fascinada por Whitman, en particular por su cerebro de urraca  repleto de toda clase de conocimientos  inútiles: podía recitar la lista de los papas  cronológicamente y al revés; sabía los nombres de los amantes de cada rey y la fecha de su reinado; que el Tratado de Westfalia se había firmado en 1648; que  las cataratas del Niágara tienen 56 metros de altura; que las serpientes no pestañean;  que los gatos se encariñan con los lugares y no con las personas, y los perros con las personas, y no con los lugares; estaba suscrito regularmente al New Statesman, Le Nouvel Observateur y a casi todos los periódicos del quiosco  “Out-of-Town” de Times Square; leía dos libros al día; había visto a Bogart en “Casablanca” tres docenas de veces. Joan sabía que tendría que ver de nuevo a Whitman, aunque tenía dieciséis años menos que él, era hija de un cura  protestante y él era ateo. Se casaron el 13 de noviembre de  1960.    
                                                                                            
Con esta descripción el lector ya tiene una idea de quién es Alden Whitman. Ahora bien, ¿qué fue lo que llevó a Talese a interesarse en él? No comamos ansias, ello será tema de otra habladuría.

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