Según
Wimpi durante mucho tiempo la papa fue considerada comida de pobres (a quienes
atraía dada su imposibilidad de llevar otros alimentos a su mesa) y añadía que “excepción
hecha de los irlandeses (…) cuyo suelo no muy rico impedíales gustar cosas
mejores, todo el mundo despreció, al principio, la papa”.
Homero Alsina
Thevenet, por el contrario, afirma que el tubérculo contaba con el aprecio de
un buen grupo de europeos que podían darse el gusto de saborearla gracias a la
lentitud del transporte de época.
Como suele ocurrir en la
Naturaleza , la patata tenía también sus enemigos. En Perú
existía un hongo (Phytophthora infestans) que manifestaba tanta
atracción por las patatas como la que sentían los comensales europeos. Durante
tres siglos (aproximadamente entre 1540 y 1840) el hongo de la patata fue
inofensivo para los cargamentos que se enviaban desde Perú a Europa.
Simplemente el hongo no resistía un viaje tan largo, parte del cual se hacía a
través de los calores del trópico.
Sabido
es que el progreso implica costos y Alsina Thevenet lo deja en claro. “Pero como lo señala el historiador y médico William H. McNeill, esa
situación fue modificada con los progresos de la navegación en el siglo XVIII.
Se redujo la permanencia a bordo, con lo que el hongo llegó activo a Europa.”
Ello provocó efectos considerables.
Fue así como la Revolución Industrial
produjo indirectamente los grandes fracasos en las cosechas irlandesas de
patatas (especialmente durante 1845 y 1846), lo que a su vez derivó a una
crisis alimenticia general, a episodios críticos de “hambruna”, al progreso del
tifus y de otras enfermedades que se agravan con la desnutrición. El enorme avance
demográfico de la población irlandesa, a lo largo de tres siglos, se vio
detenido de pronto con la muerte de medio millón de personas. La década pasó a
ser conocida como los hungry forties (los “cuarentas hambrientos”) y
durante ella el primer ministro inglés Robert Peel terminó por dejar sin efecto
las leyes tradicionales que regulaban la importación de cereales y que ya eran
objeto de enorme controversia, por el choque de intereses distintos.
Esto originó un proceso migratorio de grandes
dimensiones, según lo consigna el propio Alsina Thevenet. “La crisis
alimenticia provocó a su vez la emigración de un millón de irlandeses, que
cayeron sobre Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y Australia, generando una
diáspora que duró más de un siglo.” Este fenómeno tuvo -siempre siguiendo a
Alsina Thevenet- amplias repercusiones en la vida literaria porque “entre los
emigrantes irlandeses y sus descendientes se contarían después los escritores
Oscar Wilde, George Bernard Shaw, James Joyce, Sean O’Casey, Eugene O’Neill,
Liam O’Flaherty”. Y concluye invitando a incursionar en una línea de
investigación inédita ya que “la influencia de los hongos sobre la vida
literaria no ha sido estudiada a fondo”.
Solucionado
el problema se detuvo la oleada migratoria; Julio Camba afirma que al
desaparecer “la enfermedad de la patata (…) la emigración irlandesa disminuyó
en un 80 por 100.” En opinión de Camba los pueblos celtas tienen tanta
predisposición a la aventura como gusto por la papa y de allí su sugerencia. “Amigo
lector: cuando vea usted a un celta migratorio, ofrézcale una patata y, acto
continuo, lo convertirá usted en un europeo sedentario.” Concluye que las
oleadas migratorias están ocasionadas “por falta de patatas, por falta de pan,
por falta de libertad”.
Todo ello, junto a la falta de paz, puede explicar lo que acontece en nuestro tiempo en relación a los masivos procesos migratorios.
Todo ello, junto a la falta de paz, puede explicar lo que acontece en nuestro tiempo en relación a los masivos procesos migratorios.
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