martes, 5 de agosto de 2014

La censura en España durante el franquismo


Sabido es que las dictaduras no se llevan con la libertad por lo que diseñan sofisticados sistemas de censura para que no llegue a la población aquello que se considera atentatorio contra la estabilidad política y/o las buenas costumbres. Y es por ello que los artistas (escritores, cineastas, pintores, actores, cantantes, etc.) se encuentran en el difícil trance de seguir haciendo sus obras pero con el extremo cuidado que les permita pasar la censura. Todo ello obliga al público a comprender no sólo lo que se dice sino lo que se quiso decir, porque  como afirma Perich: “A veces es necesario leer entre líneas porque, lógicamente, mucha gente no quiere escribir entre rejas.”

Carmen Martín Gaite y Rafael Azcona sufrieron la censura de la España franquista; la primera en tanto escritora y el segundo en su oficio de guionista de cine. Ambos manifestaron una valoración diferente al respecto. Para Carmen Martín Gaité la censura puede tener un lado positivo, un efecto no deseado que obligue a la superación del artista.
 
 
(…) hay que tener en cuenta un elemento siempre considerado bajo su aspecto negativo de represión, pero nunca como un acicate: me refiero a la censura. He mantenido muchas veces que la aventura de burlarla dio lugar a una serie de estrategias e innovaciones literarias que no siempre redundaron negativamente en la calidad del resultado, de la misma manera que la Inquisición jamás logró alicortar el vuelo poético ni la eficacia narrativa de Teresa de Jesús, Fray Luis de León o Cervantes. Mantenerse en vela afila el  ingenio y acendra muchas veces la enjundia expresiva.

Rafael Azcona tiene una mirada muy diferente sobre el punto y no acepta la existencia de ningún efecto colateral que beneficie a la creación.

Yo me irrito cada vez que oigo eso de que la censura aguza el ingenio. La censura no aguza nada, la censura envilece no sólo a quien la ejerce, sino también al que la padece, que en cuanto se descuida colabora con el censor autocensurándose.
 
 
Y Azcona concluye aludiendo a la productividad que debe tener el censor para poder mantener su trabajo. “Pero la mayor perversidad de la censura radica en su propio fundamento: un censor nunca perderá su puesto por prohibir, pero corre el riesgo de perder el pan de sus hijos cada vez que autoriza. La censura es un invento horrible.”
                                                                                 
En la España franquista la censura constituyó una gran amenaza para los creadores y todo aquello que tuviera alguna connotación sexual debía ser eliminado. Marcos Aguinis, citando a Juan Marsé, refiere un caso que resulta difícil de creer.

(…) Otra anécdota sobre la grotesca represión sexual se la debo al español Juan Marsé. Una de sus novelas había sido objetada por el funcionario encargado de la Censura, dependencia oficial con sellos, presupuesto y poder en el régimen franquista. Le advirtió que en su relato usaba demasiado la palabra "muslo", lo cual revelaba falta de pudor. En esa entrevista el censor aprovechó para infligirle al asustado novelista una clase de moral que debería figurar en una antología de las locas represiones. Dijo que la ortografía debía suprimir la letra "s". ¿La "s"? se asombró Juan. ¡Claro! ¿No advierte la cantidad de curvas que tiene? ¡Es el colmo del desenfado!
                       
Cabe señalar que en ese contexto la censura estuvo íntimamente vinculada a la Iglesia y Manuel Vicent proporciona un ejemplo de ello

Alguien había escrito en una novela “Susana entró de noche en su habitación, se desnudó, se metió en la cama y tranquilamente se durmió”. La censura tachó todo el párrafo con lápiz rojo. El autor fue a negociar con el censor y en medio del chalaneo preguntó por qué le habían censurado aquello. ¿Acaso las mujeres no se desnudaban? El censor le contestó: “Primero, la palabra desnudarse está prohibida. Hay que poner desvestirse”. Y añadió: “Pues mire, le hemos tachado ese párrafo porque no hay ninguna señorita española decente que entre en la habitación para ir a dormir y antes de meterse en la cama no rece las últimas oraciones”.
 
 
Muchos presos del bando republicano fueron fusilados. Otros estuvieron mucho tiempo en las prisiones y todo el material que llegaba a sus manos era severamente revisado. Marcos Ana, el preso que estuvo más tiempo privado de la libertad en tiempos del franquismo, comenta su experiencia al respecto.  

En la prisión de Burgos había dos capellanes, uno de ellos un poco más permisivo en la censura de los libros. Alguien debió denunciar esa tolerancia y un día los capellanes de la prisión recibieron el siguiente telegrama del capellán general de prisiones recordándoles las obligaciones de su cargo. Decía textualmente: 
La misión del guardián de prisiones es impedir la fuga física del preso para que cumpla su condena y se redima ante la sociedad.
Y la misión del capellán de prisiones es impedir la fuga espiritual del recluso para que concentrado en su dolor se redima ante Dios y ante los hombres.

No faltó quien creyera esto de que la censura era una manifestación de amor hacia el prójimo, así fuera enemigo político, a quien se le quería salvar el alma. Juan Goytisolo se refiere al punto.

En los años cincuenta del pasado siglo, el entonces ministro de Información y Turismo del régimen franquista reveló confidencialmente a un grupo de periodistas reunidos en el Club Internacional de Prensa los resultados alentadores de la censura cuya dirección asumía. Según el insigne prócer, gracias a su labor preventiva, el índice de sus compatriotas condenados a las penas eternas del infierno había descendido de forma espectacular (no habló en términos comparativos con los de los demás países de Europa, probablemente porque no disponía de estadísticas fiables sobre ellos). Aunque don Gabriel Arias Salgado no divulgó los pormenores de esa empresa salvífica ni la cifra exacta de precitos nacionales y extranjeros ni las fuentes, sin duda celestiales, que avalaban sus dichos, la buena nueva trascendió e impresionó tanto a los fieles como a los infieles. ¡España estaba a la cabeza de Europa en un dominio tan trascendental como el del negocio de la salvación de almas por muy atrás que anduviera entonces tocante a los niveles económicos, sociales y educativos de sus habitantes de carne y hueso!

Por otra parte, Arturo Pérez-Reverte narra la historia de un proyeccionista que debía actuar obedeciendo los criterios vigentes en la época.

Antonio tiene sesenta y cinco años (…) Proyeccionista desde que tuvo uso de razón, por sus manos han pasado, en su mágico estado original de celuloide y luz, todas las películas importantes que en el mundo han sido. También los ratos libres los dedicó al cine, y fue portero, acomodador, y extra en un montón de películas americanas de los sesenta. (…)
Cuando le preguntas por la censura, te cuenta de los años cincuenta y sesenta, cuando le proyectaba las películas al arcipreste, y éste marcaba con tiras de papel los planos a eliminar. Después él obedecía o no, porque cargarse algunas secuencias -el baile de Kim Novak y William Holden en Picnic, por ejemplo- era una atrocidad. Así que luego el arcipreste le echaba unas broncas espantosas:
-Te voy a descomulgar, Antonio -me decía el jodío.

Pero aquí viene lo llamativo del caso: como si no fuera suficiente con la censura aplicada por el régimen, Antonio resultó un vocacional del oficio con iniciativa propia (aunque ya veremos que sus cortes eran de muy otro tipo y estaban guiados por criterios cinéfilos). Continúa Pérez-Reverte

Sin embargo, después era el propio Antonio quien practicaba la censura por su cuenta. Mesas separadas resultaba muy larga para su gusto, así que la aligeró sin consultar con nadie, acercando un poco las mesas. En cuanto a Guerra y paz, la retirada de Rusia se le hacía interminable, de modo que le pegó un tijeretazo, haciendo que Napoleón pasara directamente de Moscú a París, ahorrándole el paso del Beresina y 300.000 muertos.

Pero además Antonio juzgaba que no era buena cosa que en tiempos tan grises y opresivos el personal saliera triste de la función, por lo que se permitía ejercer una suerte de codirección revisionista de las películas, tal como lo comenta el mismo Arturo Pérez-Reverte.

Pero su obra maestra fue El peñón de las ánimas. Cuando Antonio vio que aquella película no tenía final feliz, se llevó un disgusto. Jorge Negrete y María Félix no podían morir, porque el público iba a salir del cine hecho polvo. Así que metió cuchilla, eliminando la última escena, cuando el abuelo les dispara, y dejó a la pareja cabalgando hacia el horizonte antes de la palabra Fin.
Ya ven lo que son las cosas. Vas y lo atribuyes todo a la censura franquista, por ejemplo, o al arcipreste de guardia, y resulta que al proyeccionista no le gustaba que mataran a Jorge Negrete. Así se escribe la Historia. De todas formas -le digo siempre a Antonio-, qué suerte, compadre, poder escoger final. Y que todos los recuerdos de uno sean hermosos.

Seguramente fueron muchos quienes quedaron en deuda con Antonio por salir de aquellas funciones de cine creyendo que los finales felices eran posibles, aún en aquellos aciagos días.

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