jueves, 5 de diciembre de 2013

Jerga médica

En una suerte de torre de Babel las diversas profesiones y oficios han desarrollado su propio lenguaje. Lo usual es manejarse con solvencia en el propio campo laboral y con ignorancia respecto a los otros. Ahora bien, existen sospechas fundadas en cuanto a que el uso del lenguaje pudiera ser una forma de discriminación; a ello se refiere Álex Grijelmo.
 
Todas las profesiones generan cierta jerga, que no está mal si se usa entre afines.
El problema se produce cuando la jerga de unos pocos se traslada al público al que deben dirigirse. Así nos sucede con los políticos, los jueces, los médicos... Nos hablan como si fuéramos uno de ellos...
No, realmente no nos hablan como si fuéramos uno de ellos. Nos hablan así para que nos demos cuenta de que no somos uno de ellos. De que son superiores a nosotros, pues dominan unas palabras que a los demás nos resultan ajenas.

Por supuesto que la especialización en ciertas áreas del conocimiento requiere una terminología particular pero en muchos casos se llega a la exageración. Pío Baroja señala un ejemplo de ello.
 
Dar nombre científico a hechos o a modos de ser sin añadirles nada es cosa que no vale la pena.
-¿A usted le gusta el azúcar?
-Sí.
-Pues usted es sacarófilo. ¿A usted no le gusta el azúcar?
-A mí, no.
-Pues usted es sacarófobo.
Usar nombres pseudocientíficos en vez de nombres vulgares y corrientes es el sistema lombrosiano, sistema que no añade nada a la idea y no hace más que cambiar las palabras del diccionario.

Son los médicos quienes llevan la ventaja en cuanto al desarrollo de un código expresivo propio, tal como señala Álex Grijelmo.
 
Uno le dice al médico que le duele a uno la cabeza, y el médico le responderá a uno que entonces uno sufre «una jaqueca». Y si le cuenta usted que se ha caído por las escaleras y tiene golpes en todo el cuerpo le diagnosticará «un politraumatismo». También puede acudir a él porque siente el malestar general que causa una gripe (o gripa, en algunos países de América) y en tal caso le precisará que padece «un proceso gripal». Pero si sólo tiene fiebre resolverá que está afectado por «un cuadro febril». Tal vez le convenga a usted hacerse un análisis, y así le enviará a otro servicio para que le practiquen «una analítica». Por supuesto, si le vuelven loco no será un loco, sino un «enfermo psiquiátrico», pero no irá a un manicomio, que ya no existen porque han adquirido la categoría de «hospital».
No tendrá usted una enfermedad, sino una «patología». Si está moribundo, Dios no lo quiera, le dirán que «ha entrado en fase terminal», y si un accidentado sufrió lesiones mortales el médico decidirá que eran «lesiones incompatibles con la vida».
Pero también es verdad que uno se tranquiliza más si en vez de un tumor sufre «un proceso tumoral».
No deja de tener un arte todo eso. Lo que todos llamamos de una manera llana adquiere en el lenguaje médico la solemnidad que dan las palabras científicas. Para que comprendamos su sapiencia, y nos muramos más a gusto.
 
El mismo Grijelmo abunda en otros ejemplos.

Dejaré de lado expresiones como ésa del by-pass, que tanto les gusta, porque entiendo que ustedes no recuerden la existencia de circunvalaciones, desvíos o rodeos (se ve que siempre van directos al grano, sobre todo los dermatólogos). Esas son palabras que emplearía cualquier ignorante en medicina para explicar que ante el atasco en una arteria hay que ir por una vía alternativa. Y obviaré esto de las «lesiones severas» que ponen en los partes, como si las heridas fueran muy estrictas en su juicio. Voy a referirme sólo a los trasplantados de corazón. Un amigo se trasplantó una vez de corazón, porque se enamoró de otra. Pero no le cambiaron ninguna víscera. Los demás, los pacientes, seguimos creyendo que lo que se trasplanta es el corazón; como las plantas se mudan de sitio y, por tanto, se trasplantan. Pero en el lenguaje peculiar de ustedes parece que los trasplantados son los enfermos (o sea, los receptores), que van de un corazón a otro, «trasplantados de corazón».
  
Sin embargo hay ocasiones en que los propios galenos desconocen el origen de alguno de los usos y costumbres de su práctica profesional; a ello se refiere José Ignacio de Arana.

Cuando el médico va a prescribir los medios curativos traza un signo que la mayoría de las veces ni él mismo sabe lo que representa. Es algo parecido a una R que encabeza la receta. Otras veces se ha sustituido –y así aparece ya impreso en las recetas de la Seguridad Social- por una D o por Dp. Estos extraños signos los vienen realizando los médicos desde los griegos clásicos y aun antes como vamos a ver.
Los médicos egipcios tenían a Horus como su dios protector. Horus era el dios halcón y se le representa en escritura jeroglífica como un ojo sostenido por dos rayos en ángulo que asemejan las patas del ave (...). Estos médicos colocaban siempre el signo de Horus al comienzo de sus prescripciones para así invocar el favor de la divinidad., Cuando los eruditos griegos, siguiendo a Herodoto, descubren la sabiduría egipcia, se ha perdido la noción del significado de los jeroglíficos pero los médicos griegos observan que sus colegas del país del Nilo siguen encabezando sus recetas con el extraño símbolo y lo toman para sí intuyendo que debe de tener un significado sagrado. Pasa el tiempo y ahora serán los médicos medievales quienes encuentren los escritos griegos y adopten el signo del ojo, aunque ellos lo interpretan erróneamente como una R. Dado que por entonces las recetas y todos los textos médicos se escribían en latín, aquella letra se hace representar a la palabra Recipe, entréguese, dirigida al boticario que ha de elaborar el medicamento. Mucho después de perderse el latín como lengua médica ha seguido utilizándose esta inicial que luego se ha sustituido por la D de despáchese, más acorde con el actual procedimiento de obtención de los medicamentos en las farmacias. Pero con todas las vueltas y revueltas que ha ido dando su significado, todavía podemos decir que los médicos siguen poniendo al frente de sus recetas la invocación al dios egipcio.

Las complejidades terminológicas parecieran aportar solemnidad, tal como lo señalan I. Mc. Dermott y J. O’Connor. “Una calificación médica, sobre todo si es un término complicado en latín, proporciona a la enfermedad un aire de respetabilidad que tal vez no merezca. El diagnóstico de sonido más rimbombante puede ser, simplemente, una descripción taquigráfica de la dolencia en una lengua muerta.”

Una vez más recurrimos a Álex Grijelmo para que no se entiendan estas consideraciones como un reclamo al Honorable Cuerpo Médico. Mal haríamos porque en estas prácticas reside parte de su seguridad profesional.
 
Atención, señores médicos. Ya sé que ustedes hablan como mejor les place, que para eso son muy suyos. Y uno, que también es muy suyo (o sea, para servirles a ustedes, señores lectores), no pretende cambiar sus costumbres (las de los médicos). Si ustedes hablaran de modo que les entendiéramos y si además escribiesen las recetas con letra legible, dejarían de parecernos tan misteriosos y seguramente perderían seguridad en sí mismos. Y yo no quiero que pierdan el aplomo, porque lo importante es que cuando le cuiden a uno estén seguros de lo que hacen.

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