martes, 26 de noviembre de 2013

El tiempo que transcurre en otro tiempo

Es posible caer en el error de considerar que la cronología proporciona unidades que rigen de la misma manera en toda circunstancia y lugar. Esto no es así: todos sabemos que una hora de dolor no tiene nada que ver con una de amor; un mes de vacaciones transcurre en forma muy diferente a uno laboral; etc.
 
Otro tanto sucede con los países, en donde la concepción del tiempo varía en forma considerable. La singularidad que este tema adquiere para el caso mexicano ya tiene su historia y Alejandro Rosas presenta un ejemplo de ello.
 
La alta sociedad mexicana no estaba preparada para formar parte de una corte imperial. Ni siquiera Juan Nepomuceno Almonte -hijo del insurgente José María Morelos-, nombrado gran chambelán de la corte, pudo cumplir con ciertos detalles de protocolo. El día que llegaron los emperadores a Veracruz, el 28 de mayo de 1864, debía estar en el puerto listo para recibirlos, y sin embargo, muy a la usanza mexicana, llegó tarde.
 
Ángel de Campo ofrece una mirada sobre este tema en un artículo publicado en El Universal el 14 de abril de 1896 en el que subraya la incompatibilidad del mexicano con el reloj.
 
El tenemos tiempo... es una de las fórmulas más breves pero más expresivas de este buen pueblo mexicano, pue­blo de lentitudes y de indolencias.
Aquí se adelantan los relojes cinco minutos, no para llegar antes a la cita sino para robarse esos trescientos se­gundos de dulce far niente; en las escuelas se conceden esperas al profesor, y si la cátedra no ha concluido antici­padamente se corta el discurso a toque de campana; se llega a las oficinas, a los despachos, a los bufetes, donde quiera, con algunas fracciones de hora de retardo, pero eso sí, se abandonan la misma porción de tiempo antes del plazo que marca el reglamento.
No hay, pues, relojes que valgan para nosotros; somos así, a ello nos hemos acostumbrado (…) Somos partidarios del último ins­tante y del último toque y del último aviso.
(…) se oye misa de doce y cuarto porque es la última, metiendo codazos y con suspiros de sofocación, no sin decir por lo bajo: ¡al fin vale desde el evangelio!; se entra al teatro cuando ya Fausto comienza a maldecir la vejez, y al concierto cuando el andante a la sordina se pierde en un rumor celestial (ruido de sillas, risas, ceceos) (…) por esta convicción de raza, hereditaria, congénita, como un vicio de conformación, que asoma a nuestros labios en esta for­ma... Todavía tenemos tiempo... (…) son trasuntos de nuestro modo de ser en un siglo en el que no se anda sino se vuela; en una época que el que no viaja en ferrocarril se trepa en una bi­cicleta; se escribe con taquígrafo o en máquina; se habla por teléfono y se muere repentinamente, y tenemos toda­vía valor de encararnos con el progreso y decirle en la conversación y en el editorial y en el aula y en la tribuna...
—Espérate para que te alcancemos... ¡al fin tenemos tiempo! —nuestro reloj social anda adelantado.
 
Por su parte Artemio de Valle-Arizpe refiere una anécdota en la que intervienen destacados personajes de su época.
 
Recuerdo ahora que (Amado) Nervo le dijo (a José F. Elizondo): -“Hombre, Pepe, ayer llegaste otra vez tarde a la oficina. Ya supe que entraste corriendo en la Secretaría y que te metiste de rondón en el elevador y allí, de manos a boca, te encontraste con don Justo (Sierra), quien te reprochó sonriente: “Qué tarde viene usted a su trabajo, amigo”, y que tú le dijiste muy azorado: “No, señor, el que llega temprano al suyo es usted”.
 
Mucho tiempo después Joaquín Antonio Peñalosa deja constancia que el tema mantiene vigencia.
 
La informalidad es vicio nacional. Lo que tienen de bien hechos, lo tienen de incumplidos, mecánicos, albañiles, pintores, fontaneros, costureras, toda la gama variopinta de oficios y artesanías, y aún el gremio caudaloso de los profesionistas.
Se comprometen con un trabajo, aceptan las condiciones, piden el inevitable adelanto y el trabajo no sale a flote, atascado como está de retrasos y peripecias. "Dése una vueltecita la semana entrante. Vamos a hacer todo lo posible. Mañana sin falta". (…)
La impuntualidad nos define, conforme el reloj nos estorba. El sentido del tiempo en el mexicano consiste en que el tiempo no tiene sentido. Da lo mismo mañana que pasado, el lunes que el martes, las siete o las ocho de la noche. "A ver cuándo, un día de estos". La imprecisión no puede ser más precisa. La palabra "mañana" nos brota a borbollones. Todo lo dejamos para mañana. Y como en verso de Lope de Vega, "para lo mismo repetir mañana".
Si el norteamericano, para quien el tiempo cobra un sentido económico, se ha apropiado, como tantas otras cosas ajenas, el viejo refrán español "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy"; el mexicano, para quien el tiempo es ocio y anticipo de la eternidad, ha alterado el orden de la palabra del refrán, es decir, el orden de las realidades: "No dejes para hoy, lo que puedes hacer mañana".
Mansa tranquilidad para ver las cosas; sin fiebres ni carreras, que "no por mucho madrugar amanece más temprano" y “para qué dar tantos brincos estando el suelo tan parejo”.
El mexicano no siente el paso del tiempo como tampoco siente la distancia. Y puesto que lo vive anchamente sin pruritos de relojes y calendarios, apenas nota la diferencia entre noche y día. Por eso a cada momento se sorprende con éstas o parecidas exclamaciones: “Pero si ya se hizo tarde, ya es mediodía, ya es sábado, ya es noviembre". Toda una sorpresa descubrir la hora, el día, el mes, el año en que se vive.
 
Es así como la impuntualidad forma parte de la cultura nacional. El mismo Peñalosa profundiza en la cuestión.
 
Las siglas internacionales del "p.m." que el pueblo traduce "pasado meridiano", nacionalmente significan "puntualidad mexicana", es decir impuntualidad mexicana. (…)
Cuando uno llega a tiempo a una fiesta, una junta, una cita cualquiera, se encuentra con que los preparativos están a medias y los anfitriones desprevenidos.
"Llegó usted muy temprano". Llegar a tiempo es una descortesía y una notoria falta de educación. "En otras partes del mundo, pide disculpas quien llega tarde. En México se excusa el que ha sido puntual".
Del propio Marco A. Almazán, en su delicioso libro El rediezcubrimiento de México, es esta otra sagaz observación.
"A usted, por ejemplo, lo citan a las cinco de la tarde y a priori se hace el propósito de llegar a las cinco y media, sabiendo que la persona que lo ha citado no llegará antes de las seis. Y esta persona, al suponer que usted está pensando lo anterior, decide llegar entre seis y media y siete. O sea, que de cualquier manera uno de los dos tiene que soportar un plantón de una hora cuando menos. A pesar de que ambos arriban deliberadamente con retraso. De ahí que las citas en México se concierten de la forma más vaga posible: Te espero entre diez y once. Nos vemos a la tardecita. Ven alrededor del mediodía. De esta manera ninguna de las dos partes se compromete rígidamente, y ambas tienen un plazo bastante flexible para llegar tarde. De cualquier modo, una de las dos llegará más tarde que la otra, o sencillamente no llegará".
Es curioso, mientras el mexicano es impuntual en lo formal, es puntualísimo en lo informal. Lo único que empieza a tiempo en México son las corridas de toros, el fútbol y el cine. Todo lo demás, el trabajo, las clases, la boda, las juntas de negocios, las conferencias, todo va marcado con siglas de p.m.
 
Por otra parte Germán Dehesa identifica algunas singularidades de las que está hecha la imprecisión en el manejo del tiempo.
 
Elemento importantísimo en este sistemático descuacharrangue de la lógica cartesiana y el sentido racional de realidad es el manejo que los aguerridos aztecas hacemos del tiempo. Frente al tiempo pragmático de horas, minutos y segundos propio de los sajones, nosotros hemos concebido el vagaroso y poético tiempo mestizo implícito en locuciones como las siguientes: “te veo en la tardecita”, “no vuelvas muy noche, mijo”, “dése una vueltecita en unos diyitas”, “te hablo un día de éstos”, “nueve o diez te caigo, o tirándole a las once”.
 
Esta marcada ambigüedad tiene lugar también en lo que hace a las invitaciones y al respecto dice Peñalosa:
 
-A ver qué día vienes a comer a casa. (Son ganas de no invitar, porque no te precisan siglo, año, mes, día y hora).
A lo que el ingenuo invitado responde por las mismas:
-A ver cuándo. (…)
Y así pasan los días y ruedan las noches del mexicano hasta desembocar en la muerte, después de una vida entre relojes sin manecillas y calendarios sin hojas. A ver si hoy. A ver si mañana. A ver cuándo.
 
No es posible pasar por alto una unidad de tiempo que ha adquirido suma notoriedad, nos referimos al ahorita que es analizado por Dehesa.
 
De todas estas desquiciantes expresiones hay una que merece mención aparte: “orita vengo”. Es maravillosa. No compromete a nada y no significa nada, pero cumple cabalmente con esa formal cortesía que supuestamente nos caracteriza. Todos la hemos usado para abandonar una junta aburrida, para darle largas a un asunto que no nos interesa o para dejar a los amigos colgados con la cuenta en céntrico restaurante. Si además de decir “orita vengo” añadimos “no me dilato” todos deben entender que, por lo menos, durante varios meses no nos volverán a ver. Así le dijo a mi amiga Cuca su marido y coautor de las dos criaturas: “voy por cigarros. Orita vengo. No me dilato”. Diez años después reapareció de lo más formal y dispuesto a subsanar la falla. Fueron dos meses idílicos. Al cabo de ellos, me la encuentro con el rostro descompuesto y me dice “ya se volvió a ir”. Pues sí, le contesté, ha de haber ido por los cerillos.
 
Como no podía ser de otra manera el humor se hace presente por medio de un chiste muy conocido.
 
Un señor encuentra en el bolsillo de un saco que hacía mucho tiempo no usaba, el recibo correspondiente a unos zapatos que había dejado seis años atrás para reparar y a los que había olvidado recoger.
Con mucho escepticismo respecto a la posibilidad de reencontrarse con aquellos zapatos, llamó por teléfono a la zapatería y le respondieron:
-¿Eran unos zapatos negros a los que había que cambiarle la suela?
-Sí, esos mismos.
-No se preocupe, la próxima semana ya van a estar prontos.

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