martes, 13 de agosto de 2013

Presencia del chile en la cultura mexicana

Es ampliamente conocida la relevancia que adquiere el chile en la cocina mexicana. Ítalo Calvino, recurriendo a diversas fuentes, vincula el inicio de su consumo con la antropofagia. Juan Villoro reseña estas conjeturas de Calvino.
 
Una de sus más provocadoras y acaso irrefutables conclusiones es que el turbador efecto de nuestros guisos tiene su inquietante origen en la antropofagia.
(...) En la alborada de la historia mexicana, el rito dependía de la carnicería, y quizá también del arte de sazonar al prójimo. ¿Qué sucedía con las víctimas de los sacrificios humanos después de las ceremonias? Las vísceras eran ofrecidas a los buitres para que las llevaran al cielo y saciaran el apetito de los dioses, y los corazones eran guardados en un tzompantli, antecedente religioso del tupperware. ¿Qué pasaba con el resto de ese cuerpo que ya era sagrado?
En la Colonia, los evangelizadores no tuvieron dificultad en imponer la comunión porque en numerosos ritos prehispánicos se comían figuras que representaban dioses o hijos de dioses. Calvino se pregunta si los aztecas no habrán incurrido en un consumo más literal de los cuerpos divinizados en el rito. Desde un punto de vista religioso, la carne sacrificial significaba una impecable merienda. Para vencer el prejuicio de comerse a un vecino, nada resultaba más práctico que hundir sus filetes en salsa verde, sustancia que impide distinguir la carne de un hermano de la de una gallina.
Pero hay una hipótesis más inquietante: es posible que el sugerente picor del chile sirviera no para ocultar, sino para resaltar el gusto de aquella innombrable materia prima. En tono de reveladoras vacilaciones, escribe Calvino: “Tal vez aquel sabor asomaba de todos modos... aun en medio de otro sabores... Tal vez no se podía, no se debía esconderlo... Si no, era como no comer lo que se comía... Tal vez los otros sabores tenían la función de exaltar aquel sabor, de darle un fondo digno, de honrarlo...”

Asimismo Ítalo Calvino, citado por Villoro, observa puntos de contacto entre el barroco colonial y el consumo de chile. “Así como el barroco colonial no ponía límites a la profusión de los ornamentos y al lujo, por lo cual la presencia de Dios era identificada en un delirio minuciosamente calculado de sensaciones, así la quemadura de las más de cien variedades indígenas de pimientos sabiamente escogidos para cada plato abría las perspectivas del éxtasis flamígero”. 

Entre los chiles más picantes se encuentra el habanero, que contrariamente a lo que se podría suponer no proviene de La Habana; Juan Villoro describe su llegada a México. “La nao de China trajo a México un chile de Java que fue escupido por bocas de diversas latitudes hasta llegar a Yucatán, el único sitio donde lo calcinante podía ser un aderezo, y entró ahí con el pasaporte falso que conserva hasta la fecha: chile habanero”. Menos sabido es que esta variedad tiene otros usos muy lejanos al arte culinario. Yazmín Rodríguez, en nota de prensa de marzo 2008, se refiere a ello.

(Tebec, Umán, Yuc.) El picante característico del chile habanero no sólo es un condimento básico de la cocina mexicana, también es un “excelente torturador de delincuentes”, de acuerdo al uso que policías y militares le dan para elaborar gases lacrimógenos.
De las múltiples presentaciones y variedades, como salsas, pastas y molido, y de los beneficios vitamínicos y medicinales, esta verdura originaria de Yucatán es reducida por los cuerpos de seguridad a un dispersor de manifestantes y protestas. (...)
En combinación con diversos derivados químicos, por lo menos dos sustancias extraídas del chile habanero se utilizan para elaborar efectivos gases lacrimógenos, que son empleados por corporaciones policiacas para someter a delincuentes, así como disipar y contener manifestaciones y motines.
La acroleína, que al respirarla en cantidades medidas produce ardor en nariz y garganta, y la capsina, que sensibiliza las células receptoras de la boca, son los componentes del chile habanero que se emplean para torturar, según estudios.
El habanero de México, de acuerdo a documentos del farmacéutico Wilbur Scoville, inventor de una fórmula para medir el picor (en 1912), alcanza la calificación más alta con 300 mil unidades en la escala de Sconville. Está por encima del chile de la salsa Tabasco, que tiene entre 30 y 50 mil.
La Secretaría de Seguridad Pública en Yucatán, mediante convenios con la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), obtiene  cantidades variadas de gases lacrimógenos que mantiene a buen resguardo y que sólo utiliza en casos necesarios y previa evaluación de la situación, comentó el jefe de la Policía, Luis Saidén Ojeda.
Por cuestiones de seguridad, no reveló las cantidades de gas y armamento con el que cuentan. (...)
Cuando se requiere exportar este producto, es la misma Sedena la encargada de adquirirlo y canalizarlo a las entidades que lo demandan. También bajo su operación, fábricas nacionales distribuyen los artefactos.

Es así que los chiles tienen una amplia gama de usos desconocidos; José N. Iturriaga desarrolla el tema.

Los chiles no sólo están asociados a los antojitos, sino que se vinculan a la medicina, a la industria alimenticia, a la de los colorantes y cosméticos y a la de los embutidos entre otras. En efecto, el componente activo del chile es una oleorresina llamada capsicina, demandada en la preparación de ciertas carnes frías como saborizante, en la fabricación de cigarrillos, en la agricultura como repelente y en la ganadería menor contra mamíferos depredadores, como sustancia activa de las pinturas marinas para rechazar la adherencia de caracolillos, como estimulante en la industria farmacéutica y como colorante en la industria de alimentos balanceados en sustitución de la flor de cempazúchil. En fin, la resma del chile no se pudo librar de la guerra y es componente básico para el pepper gas, que obliga a los soldados a quitarse sus máscaras protectoras, y asimismo es esencial para los sprays contra asaltantes.
El largo camino secular recorrido por el cápsicum va desde su uso como moneda, tributo, símbolo ritual y castigo para los niños mal portados en el México prehispánico, hasta las más modernas industrias contemporáneas.

Héctor Coronado –citado por Iturriaga- abunda en los usos del chile y refiere situaciones asombrosas. “Algunas tribus caribeñas tasajeaban a sus prisioneros y les untaban chile en las heridas. Los mayas solían frotar con chile los ojos de las doncellas coquetas, y cuando el coqueteo pasaba a mayores, ¡el castigo consistía en untar con chile los genitales de la pecadora!” De acuerdo con usos y costumbres hay lugares en que se sigue practicando esta costumbre. Comenta Iturriaga
 
Ya en pleno siglo XXI, leímos el 28 de enero del 2004 en la prensa nacional, una noticia de vetusto sabor prehispánico: en la comunidad de San Ildefonso, municipio de Amealco, en Querétaro, un grupo de mujeres otomíes "untaron chile en los genitales" de otra, por presunta infidelidad, castigo que consignaron desde el siglo XVI fray Bernardino de Sahagún, en la ciudad de México, y fray Diego de Landa, en Yucatán…

Continúa Héctor Coronado, siempre citado por Iturriaga, analizando los otros usos dados al chile.

Fray Bernardino de Sahagún, apenas desembarcó en América, observó que cuando los comerciantes tenían bajas ventas, solían meterse atados de chile entre sus mantas para propiciar mejor suerte en la siguiente jornada.
Diferentes variedades de chiles se usaban (y aún se usan) no sólo contra el dolor de muelas, sino también contra la migraña: ¡si no quitan el dolor, al menos consuelan!
Volvamos a Sudamérica: algunas tribus mezclaban chile en polvo con la coca para estimular las mucosas e intensificar el efecto de la droga. Y también observó Sahagún que en combinación con diferentes hierbas y productos naturales, el chile estaba presente en medicinas para ¡curar infecciones de garganta y oídos, combatir la tos, cicatrizar heridas en la lengua, aliviar males pulmonares, mejorar la digestión, facilitar el parto, eliminar la sarna, curar abscesos y reducir el cáncer!
En la actualidad, los científicos dicen que el chile intensifica las secreciones y estimula el movimiento intestinal. Que también estimula las mucosas del aparato respiratorio y ayuda a combatir congestiones y obstrucciones asfixiantes (como por ejemplo: asma, bronquitis y otros males respiratorios, tal como hacían los antiguos mayas). También están investigando el efecto del chile sobre la circulación sanguínea, pues suponen que puede ser útil auxiliar para prevenir la formación de coágulos. Pero no creen en las supuestas propiedades afrodisíacas del chile (...)

Existen variedades que vienen camufladas presentándose como inofensivos “pimientos” y ello porque, señala José N. Iturriaga, los conquistadores andaban en busca de la “Especiería”. “Así pues, como buscando pimienta lo que encontraron fue chile, se le bautizó como pimiento y hasta la fecha subsiste ese nombre para diversas variedades de cápsicum, sobre todo las dulces.” Por otra parte, el consumo de chile trasciende fronteras y una vez más citamos a Iturriaga
 
A partir de espermas americanos, hoy se consumen más de 200 variedades de chile en todo el mundo. Su cultivo está sumamente extendido, ya que esta noble planta resiste desde los calores tropicales hasta los climas templados con marcados cambios estacionales.
Debe recordarse que un soldado norteamericano que participó en la invasión a México de 1847, se llevó a su regreso un puño de chiles piquín (o chiltepines) y de ahí surgió la salsa picante más famosa del planeta: la salsa Tabasco, fabricada en Luisiana y ahora ya en todo el mundo.

Dicho lo anterior, precisemos –ante el improbable caso de que alguien tenga dudas al respecto- que México es el mayor consumidor del mundo y de acuerdo con Iturriaga “(...) los mexicanos comemos alrededor de seis kilos anuales de chiles frescos per cápita y casi un kilogramo de chiles secos”. Esto ha generado un efecto de acostumbramiento incomprendido por los extranjeros que al preguntar al mesero si cierto plato pica, reciben por toda respuesta un contundente: ¡no! Y luego vienen las sorpresas… Al respecto dice Juan Villoro

No conozco al mesero capaz de advertirle al comensal que la boca se le va a incendiar. Se considera traición a la patria reconocer la misión esencial de un chile de árbol o chipotle, que consiste en sacar intensas gotas de sudor en la coronilla del afectado. “Yo soy como el chile verde, picante pero sabroso”, dice una de las más extravagantes letras de la canción ranchera.

En los efectos que comer chile y tomar agua de la llave pueden provocar en el visitante, se juega parte de la reivindicación histórica del país. Continúa Villoro

Cuesta trabajo hablar con estilo de estas cuestiones, pero la vida en compañía del chile está acompañada de toda clase de aventuras gastrointestinales, a tal grado que hemos hecho de la diarrea una forma del patriotismo. Cuando el indigesto visitante pasa sus vacaciones en el excusado, decimos con vindicativo orgullo que fue víctima de la “revancha de Moctezuma”. En otras palabras: nos conquistaron pero hemos encontrado una manera rencorosa de entrar a las entrañas de los extranjeros.

Quien viva en México debe estar acostumbrado al consumo de chile, y de acuerdo con Joaquín Antonio Peñalosa, es ello lo que confirma la naturalización del extranjero.

Tan esencial y existencialmente mexicano es el chile que, a quien no sabe comerlo, la gente lo moteja de extranjero y apátrida: Ni pareces mexicano. Acaso atine, porque el turista norteamericano, que es nuestro turista por esencia, presencia y potencia, "industria sin chimenea", mal llega al restorán y ya suplica al mesero que por favor no le den chile. De la que se pierde.
La verdadera nacionalización del extranjero está en relación directa con su posibilidad de comer chile. Desde aguantar la intempestiva acometida de la picadura, hasta lograr saborear su fuego lento, estilo el martirio de San Lorenzo en la parrilla.

Al abordar este tema no es posible dejar de lado, de acuerdo con Villoro, las connotaciones que adquiere el chile en cuanto al albur.

Por su forma y su encendido temperamento, el chile representa en el argot vernáculo al sexo masculino. Lo interesante de esta mezcla de erotismo y gastronomía es que revierte las condiciones de la supremacía sexual. A diferencia de lo que sucede con Godzilla o el cine porno, aquí el tamaño no importa. Lo fundamental es el contenido. “Chiquito pero picoso”, decimos para elogiar a alguien débil que se sale con la suya en forma improbable.  (...)
El extracto esencial y arrebatador proviene de los ejemplares mínimos que concentran sus detonaciones.

La cultura del chile se sitúa entre el placer y el sufrimiento. Para Juan Villoro el consumo de chile es una ocupación de tiempo completo que abarca a los diversos grupos sociales (más allá de diferencias de edad y de nivel socioeconómico).

Ningún rincón del día es ajeno a las posibilidades del picante, de los huevos rancheros en el desayuno a los postres rociados de polvillo rojo en la cena, pasando por los cacahuates enchilados en el aperitivo del mediodía.
Este integrismo sólo se puede inculcar en la infancia, a través de golosinas agripicosas. La imaginación popular ha llevado a creaciones tan sublimes como el Pelón Pelo Rico, muñeco al que se le presiona un conducto para que le crezca una melena de tamarindo con chile. Esta pedagogía del ardor avanza hasta la graduación en la que el discípulo ya no sabe si le gusta lo que le pica o le pica lo que le gusta. (...)
En la cultura del picante, el placer y el castigo son términos equivalentes: “¡Está sabrosísimo!”, dice el doliente a quien el chile le saca lagrimones. No es casual que un país donde el triunfo se parece tanto a la derrota haya encontrado una paradójica forma de disfrutar mientras sufre. Estamos, a fin de cuentas, en la nación donde los mariachis interrumpen sus canciones cuando llega el vendedor de toques eléctricos y los contertulios se toman de las manos para compartir descargas. La dicha mexicana será dramática o no será.

Hay chiles para todos los gustos y como dice Joaquín Antonio Peñalosa al mexicano le gusta “condimentar cuanto come con salsas ardientes y chiles flamígeros, que de otra manera no le sabe la comida a nada: chile crudo o cocido, verde o colorado, ancho, pasilla, cascabel, serrano, jalapeño, chipotle, trompo, pulga, guajillo, piquín, mulato, morita, poblano, pico de paloma y chile de árbol, que el más rabioso y volcánico de toda la familia.”

Se cuenta que el general Charles De Gaulle refiriéndose a Francia preguntó: ¿cómo quieren gobernar un país que tiene tantas variedades de quesos? (por lo visto no saben cuántas tienen porque está anécdota la he leído en diferentes ocasiones con cifras disímiles: 246 sostiene un autor desconocido; 266 según Noel Clarasó; más de 300 de acuerdo con Juan Villoro; etc.) Siguiendo ese ejemplo, en México la pregunta sería: ¿cómo quieren gobernar un país que tiene tantas variedades de chile que se sitúan en un espectro que pasa por suaves,  picosos,  muy picosos y extraordinariamente picosos?

1 comentario:

Pancho Bustamante dijo...

Me hubiera venido bien tener un chile para morder esta madrugada en que me atacó un cruel dolor de muelas. Mi dentista, luego, usó un par de inyecciones. Para los parámetros internacionales soy un discretísimo y débil amante del picante. Para los parámetros uruguayos soy un audaz y excéntrico amante del picante.