jueves, 18 de abril de 2013

Crítica (feroz) a los cuentos para niños


Mucho se ha dicho acerca de la importancia que revisten los cuentos para el desarrollo de los niños. Notable es su influencia en la adquisición del gusto por la lectura, el enriquecimiento del vocabulario, la cura de miedos y temores, etc., todo ello mediado por el vínculo afectivo tan significativo que se tiene con el narrador que da vida al relato.

Sin embargo, también es pertinente referirse a algunos aspectos polémicos como el de las narraciones con final excesivamente predecible y moralejas que viven demasiado a flor de piel. Asimismo hay quien considera que los cuentos para niños, al ser algo muy menor dentro del medio literario, no implican mayor atención ni cuidado.
 
Una de las opiniones críticas es la del escritor Jorge Ibargüengoitia (“los cuentos llamados infantiles siempre me han parecido detestables”)  a quien seguiremos de aquí en adelante. Al evocar su infancia, recuerda el caso de Caperucita y lo decepcionante que le resultaba el final insostenible que seguía al grito atemorizante del lobo acerca de la funcionalidad de sus dientes: “¡Son para comerte mejor!”
 
"Y diciendo esto, el lobo saltó de la cama, se abalanzó sobre Caperucita y, ya se la iba a comer, cuando llegó un cazador y lo mató. Colorín colorado. . ."
¿Cómo que llegó un cazador y lo mató? Si no había cazadores en ese cuento. ¿Cómo va a aparecer uno de ellos en el momento culminante para salvar a Caperucita? Esto, que yo percibía con mucha claridad cuando era chico, es lo que se llama "plumero" en jerga guionística. Un elemento que aparece al final y arregla todo, generalmente de manera insatisfactoria.
En el fondo de mi alma yo quería que el lobo se comiera a Caperucita, que me parecía una niña estúpida, que pasaba la mitad del cuento haciendo monerías y después era incapaz de reconocer a su abuela.
Había otro final que era todavía peor, que consistía en dejar que el lobo se comiera a Caperucita; después, el cazador mataba al lobo, le abría la panza y de allí salían, no sólo Caperucita, sino la abuela y las fresas, sanas y salvas. Esto ya es demasiado.


Es posible que en aquel niño ya estuvieran presentes las características que luego lo convertirían en un excelente escritor, lo que puede explicar su predilección por otro tipo de relatos.

Los cuentos que me gustaban eran muy diferentes. Uno, que recuerdo con mucha vividez, me lo contó mi tío Pepe Padilla hace treinta y seis años. Él lo contaba como caso real, lo cual es un recurso eficaz en el arte de contar cuentos. Era así:
Doña Chonita N., que vivía en la casa aquella que ves allá (dar la composición del lugar es muy importante) era una mujer gorda, que acostumbraba comer cantidades fenomenales de... (aquí se puede poner cualquier cosa, tierra, chilaquiles, dulces de almendra, según se trate de darle al cuento un carácter ejemplar, instructivo o simplemente recreativo); pues bien, comía cantidades fenomenales de... y empezó a crecer y a crecer. Los vestidos le quedaron chicos y hubo que quitar las cortinas de la sala para hacerle una bata. Para sentarse necesitaba dos camas. El día en que quisieron sacarla de paseo hubo que tirar un muro, y cuando llegó a la calle, paró el tránsito. Por fin, la familia decidió llamar al doctor. El doctor la auscultó, dando vueltas alrededor de ella, apretujándose contra las paredes.
-¿Cómo se siente, doña Chonita?
-Muy fatigada, doctor.
El doctor recetó un cocimiento de ipecacuana y pronosticó:
-Ya verán como con esto se alivia.
Se mandó hacer la receta y se empezó a darle las cucharadas, que ella tomaba con mucha resignación, porque estaba harta de su gordura.
Pero los resultados fueron inesperados. Esa noche, la enferma sintió náuseas y empezó a arrojar unos animalitos color de rosa, con cuatro manitas y unos ojitos negros, con los que miraban para todos lados. Corrían como liebres y se escondían en las rendijas. La familia, con escobas, trató de matarlos, pero de todas maneras infestaron el barrio. Hasta la fecha, en tiempo de lluvias, aparecen algunos de ellos.

Parecería ser que uno de los valores que Ibargüengoitia atribuye a este cuento es que su desenlace no cierra preguntas ni aclara enigmas.

En este punto, mi tío hacía una pausa, para dar la impresión de que la narración había terminado. No faltaba alguien que preguntara qué pasó con doña Chonita. Entonces él contestaba:
-Falleció aquella misma noche.

Resulta muy interesante el análisis que realiza el escritor acerca de algunos aspectos que es posible entresacar de esa narración.

Este cuento, conviene advertir, es de origen guanajuatense. Pero retirémonos un poco y tratemos de ver el cuento en conjunto y en perspectiva. Tiene virtudes. El tema es original, la relación de causa y efecto está clara y, sin embargo, el desenlace es inesperado. No ocurre como en el de Caperucita, en el que de antemano sabemos que un lobo, a pesar de ser más fuerte, más feroz y mucho más inteligente, no tiene la menor probabilidad de vencer a Caperucita.
En el cuento que contaba mi tío no hay héroe y todo está lleno de errores y horrores, como la vida misma. Pero analicémoslo: todo hace suponer que la causa de la gordura de doña Chonita hayan sido las cantidades fenomenales de lo que ella se comía; por otra parte, el desenlace es claro efecto de la medicina que se le administró. En cambio, la relación exacta entre los animalitos y la gordura y las intenciones del doctor y los objetivos que pretendía alcanzar al recetar la ipecacuana son dos misterios inescrutables.
Por esta razón, el cuento se presta a varias interpretaciones. Una de ellas es la de que la aplicación de los conocimientos científicos suele producir resultados inesperados; otra es la de que los excesos en el comer y beber producen plagas que infestan las regiones; otra es la de que los médicos suelen equivocarse y lo que se debió recetar en este caso es una simple dieta. Sin embargo, les aseguro, es un cuento inolvidable.

Es posible que Pepe Padilla no se haya enterado que aquel cuento de doña Chonita viviría tanto tiempo en el recuerdo de su sobrino. Y es que uno nunca sabe para quién trabaja.

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