jueves, 16 de agosto de 2012


Cuando los libros se van de viaje
Aunque no estén ustedes para saberlo ni yo para contarlo, les comento que divido mis errores en efímeros y persistentes (aquellos que, por no aprender de la experiencia, se presentan en forma recurrente y a estas alturas se han convertido en especialidad de la casa). Ahora bien los hay de muy diversas magnitudes: algunos son verdaderos pesos pesados en mi existencia, mientras que otros producen repercusiones menores.
Como no es cuestión de andar ventilándose por la vida, me voy a referir a uno de estos últimos. Sin ser grave aparece puntualmente, me está esperando cada vez que emprendo viaje. A la hora de la salida, en los aprontes previos siempre dedico tiempo para seleccionar los libros que me acompañarán en el periplo. Obviamente la cantidad y tamaño de los mismos varía según sea un viaje de fin de semana o de un par de meses; si se trata de cumplir con un compromiso laboral en otras ciudades o de disfrutar mis vacaciones. Sin embargo, en cualquiera de sus variantes el final es predecible ya que muchos de esos libros regresan sin haber sido leídos. Contrariado por esto, al desarmar la maleta me comprometo ¡ahora sí! a enmendar el error de tal forma que en la próxima oportunidad únicamente llevaré los libros que pueda leer. Pero al retorno del siguiente viaje, acontece lo mismo y una vez más me comprometo ¡ahora sí!...
¿Será acaso que aspiro a tomar un curso de lectura veloz en mi lugar de destino?, lo que, por otra parte, es bastante improbable ya que tengo cierta aversión a estas propuestas en particular por el comentario de Woody Allen al respecto: “Tomé un curso de lectura rápida y fui capaz de leerme La Guerra y la Paz en veinte minutos. Creo que decía algo sobre Rusia.” ¿Podrá ser que el error está en suponer que durante el viaje dejaré de lado obligaciones e intereses varios para concentrarme en una especie de seminario intensivo de lectura? ¿Será que tengo ilusiones de contratar negros, ya no que escriban sino que lean a mi nombre? Lo cierto es que no doy con la tecla y continúo sin solucionar el problema.
Hace pocos días regresé de un nuevo viaje con muchos libros sin abrir, pero algo nuevo aconteció. Tomé notas textuales de uno de los que sí alcancé a leer:
Todos los turistas acarician una ilusión, acerca de la cual no hay ningún caudal de experiencia que pueda curarlos. Imaginan que encontrarán el tiempo, en el curso de sus viajes, para leer muchísimo. Se ven a sí mismos, al final de un día de paseos o visitas en coche, o mientras están sentados en el tren, pasando estudiosamente las páginas de todas las obras vastas y serias que, en tiempos normales, nunca encuentran el momento de leer.
No es difícil comprender que el tema me haya atrapado por lo que seguí leyendo cada vez más interesado. “Comienzan por un tour de dos semanas en Francia, llevándose La crítica de la razón pura, Apariencia y realidad, las obras completas de Dante y La rama dorada.” Igual que yo –pensé- mientras seguí leyendo cada vez más interesado. “Regresan a casa y descubren que han leído algo menos de un capítulo de La rama dorada y las primeras cincuenta y dos líneas del Infierno.” Igual que yo –añadí para mis adentros. Por si fuera poco, un poco más adelante queda claro que el autor me dedica sus reflexiones: “Pero eso no les impide llevarse la misma cantidad de libros la siguiente vez que emprendan un viaje.” De esta forma Aldous Huxley, autor del texto, no solo quitó originalidad a mi problema sino también modernidad si tomamos en cuenta que escribe esto en 1925.
Una vez que caracterizó la situación (que podríamos identificar como “síndrome de expectativas desmedidas de lectura antes de iniciar un viaje”), concluye dando pistas que puedan conducir a la solución del problema.
Las cualidades esenciales de un buen libro de viaje son las siguientes. Tiene que ser una obra de tal tipo que uno pueda abrirla en cualquier parte y estar seguro de encontrar algo interesante, completo en sí mismo y susceptible de ser leído en breve tiempo. Un libro que exige atención constante y esfuerzo mental prolongado no sirve para un viaje; cuando uno viaja, el ocio es escaso y está teñido de fatiga física, la mente está distraída y es incapaz de realizar esfuerzos dilatados.
Muchas gracias, don Aldous, seguiré su consejo. Ya luego les platico.


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