miércoles, 14 de marzo de 2012

Porque las guerras no terminan cuando se acaban


Tema complicado el del acostumbramiento. Por una parte no deja de ser  dolorosa esta capacidad de habituarse a casi todo, pero por otro lado es buena cosa ya que permite sobrellevar lo que resultaría insoportable si no se contara con la anestesia del acostumbramiento.
De entre quienes habitaron tiempos y espacios en que tuvieron lugar conflictos armados, unos murieron, otros sobrevivieron. De éstos últimos, algunos no volvieron a referirse al tema (hicieron un pacto de no agresión con el recuerdo y la memoria) mientras que otros, años después recuerdan sus vivencias. Sucede que la guerra queda con la intensidad propia de la mirada infantil o adolescente aun cuando los muchos años hayan pasado. El actor Fernando Fernán Gómez, quien vivió parte de su niñez en el transcurso de la Guerra Civil Española, se refiere al efecto acostumbramiento. “En aquellos meses ya no dábamos importancia al tableteo de las ametralladoras o al ruido de los disparos sueltos que llegaban desde la Ciudad Universitaria. Alguno de nosotros decía simplemente: ‘Hay combate’. Y seguía la conversación, o el juego en la mesa del comedor.” Por cierto que en tiempos de guerra son muchos los que juegan al Antón Pirulero, cada quien a su juego… Por otra parte, Fernán Gómez alude a la manera en que la guerra va encontrando lugar dentro del entorno cotidiano. “Sin percatarnos de ello, habíamos convertido aquellos combates que para los contendientes serían algo dramático, algo vivo y decisorio, en una simple cosa, un accidente, como la llovizna, como un apagón de luz, como el trapero de las mañanas, que puede pasar o no pasar pero no influirá en el sentido de la vida de nadie.”
En la familia se multiplican los temores por lo que podría ocurrir al niño Fernando, sin embargo –tal como él lo refiere- el miedo también se acostumbra. “Durante los últimos cinco meses del año 36 y buena parte del 37 no hacía nada. Estaba casi siempre encerrado en casa, leyendo o escribiendo, tratando de inventar juegos sobre la guerra o el fútbol utilizando el hule a cuadros que protegía la mesa del comedor. Mi madre y mi abuela tenían un miedo exagerado por mí; miedo que desapareció poco a poco, no porque yo creciera, sino porque la guerra se fue convirtiendo en costumbre.” La abuela tenía sordera en un oído y cuando el ruido de los combates no dejaba dormir “(…) ella se tumbaba del oído que le quedaba sano ¡Y tan ricamente! Todo tiene sus ventajas.”
Otra mirada retrospectiva sobre la guerra corresponde al escritor y periodista Ryszard Kapuscinski, quien recuerda el “clima social” en que vivía la Polonia de su infancia y adolescencia en tiempos de la 2ª Guerra Mundial. Ello lo condujo a pensar que la guerra era “el estado natural del universo”.
Durante mucho tiempo pensé que aquél era el único mundo, que no había otro, que la vida era así. Es comprensible: los de la guerra fueron mis años de infancia y primera adolescencia, cuando uno empieza a discurrir y a tomar conciencia de las cosas. De ahí que me pareciese que no era la paz sino la guerra el estado natural del universo, incluso el único posible, la única forma de existencia; que la necesidad de huir, el hambre y el miedo, las redadas y las ejecuciones, la mentira y los gritos, el desdén y el odio formaban parte del sempiterno orden de las cosas, que eran el sentido de la vida, la esencia del ser.
Así las cosas, la guerra deja de ser un estado excepcional para convertirse en realidad cotidiana, que llega incluso a concebirse como algo natural. Es por ello que al concluir los combates en ocasión del restablecimiento de la paz, el adolescente que por aquel entonces era Kapuscinski queda totalmente desconcertado al no saber cómo era la paz. “(…) cuando callaron los cañones (…), cuando de pronto se hizo silencio, ese silencio me pilló por sorpresa, no sabía qué significaba. Un adulto, al escucharlo, tal vez dijese: ‘Se acabó el infierno. Por fin ha vuelto la paz.’ Pero yo no recordaba qué era la paz, era demasiado pequeño para recordarla: cuando se acabó la guerra yo no conocía más que el infierno.”
Ante estos testimonios sobre la presencia de la guerra en lo cotidiano, no queda más que coincidir con Max Aub: “Las guerras siempre se pierden, unas veces por poco, otras por mucho; unas en semanas, otras en años.”
Por otra parte, es importante advertir que no se trata de un tema del pasado ya que en el mundo de hoy son muchos los niños y adolescentes para los que la guerra, la violencia, la inseguridad forman parte de un escenario que ya les es natural porque no conocen otra realidad. Hoy día son muchos los Fernando y los Ryszard que, con otros nombres, no tienen conocimiento de lo que es habitar en tiempos de paz.
Finalmente, con la paz sucede como con la libertad que en ocasiones solo se llega a valorarla en su real dimensión cuando se siente perdida. Al decir de María Zambrano
La paz es mucho más que una toma de postura: es una auténtica revolución, un modo de vivir, un modo de habitar el planeta, un modo de ser persona. (…) Un estado de paz verdadera no habrá hasta que surja una moral vigente y efectiva a la paz encaminada, hasta que la violencia no sea cancelada de las costumbres, hasta que la paz no sea una vocación, una pasión, una fe que inspire e ilumine.
Así sea.

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