lunes, 20 de junio de 2011

Banalización de la tragedia

En el espectáculo la cantidad adquiere gran significación por lo que toda tragedia se compara con otras en función del número de víctimas.
Ilustración: Margarita Nava
Las dos guerras mundiales, la Shoah, el Gulag, el genocidio camboyano han establecido en este siglo un terrible baremo para nuestra sensibilidad. La enormidad de esas matanzas ha disparado la escalada de la sangre a cotas difíciles de igualar, generando una perversión típicamente moderna, que es la afición por las grandes cifras. Puesto que somos varios miles de millones pululando por esta tierra, el coeficiente de injusticias se multiplica hasta alcanzar niveles propiamente fantásticos. Ahora ajustamos la cifra de muertos en función de esa inflación de varios ceros: para conmovemos, necesitamos un centenar de miles como mínimo. Por menos zapeamos. De ahí nuestra ambivalencia frente a las matanzas: a través de un cálculo espontáneo comparamos el total de víctimas con el de las hecatombe s anteriores, comprobamos con mueca escéptica si son realmente dignos de nuestra atención. ¿Macabra aritmética? Qué duda cabe. (...) ¡Allí donde el número triunfa, la moral capitula! (Pascal Bruckner)

Pero no sólo se trata del número, sino también de la distancia que nos separa en relación con el suceso aludido. "Los periodistas llaman 'kilómetro sentimental' a la ley según la cual nuestro interés por los demás es inversamente proporcional a la distancia que nos separa de ellos: un muerto en casa es un drama, diez mil allende los mares una anécdota." (Pascal Bruckner)

Además hay que considerar que las tragedias también aburren, por lo que cuando disminuye el interés algunos problemas desaparecen de la pantalla (que no de la realidad). Por ejemplo el tema de la mortalidad infantil aparece o desaparece de la agenda mediática pese a la continuidad del drama social. En el reino de la imagen se podría generar la ilusión de que ya no se le menciona porque fue solucionado. Los medios procuran mantener al público en estado de novedad (desterrando de esa manera la amenaza de aburrimiento) y ello implica banalizar a la realidad. "El hombre moderno pronuncia con frecuencia esta frase extraña: 'Hoy el periódico no dice nada'. (...) En tanto que público, sólo tenemos, en efecto, una exigencia: la de lo nuevo. (...) Pero, precisamente, cuantas más imágenes consumimos, más tendencia tenemos, ante la actualidad, de hacer la mueca de un niño mimado que ya ha roto todos los juguetes, y al que casi nada sorprende." (Pascal Bruckner-Alain Finkelkraut)

El ritmo con que se suceden las imágenes no es compatible con la presencia de sentimientos profundos que requieren tiempo para ser vivenciados y analizados. Además como todo aparece en un mismo nivel de importancia, no existe capacidad para jerarquizar lo acontecido. "Si todo es fugaz, nada vale más que nada. El dolor, una playa caribeña, el crimen, una mermelada, el llanto y la desesperación, un juguete a pila, la pobreza, un chocolate. Todo da igual. Todo es igual." (Santiago Kovadloff)

Texto tomado de "El mundo y sus desafíos" de Gerardo Mendive

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