viernes, 11 de marzo de 2011

De quienes viven en otro mundo


Quino
Cuando el artista es más necesario que nunca, paradojalmente se le presentan mayores dificultades para dedicarse a su oficio. La realidad tan dramática, tan urgente, lo convoca. Así hay quienes por responder a los llamados de la hora abandonan su trabajo. Otros se blindan ante la historia de sus días defendiendo la pureza del arte. Hay quienes, felizmente, no dan la espalda a su tiempo pero se abstraen de él cuando el trabajo así lo requiere.

De los tiempos de la infancia recupero la expresión “vive en otro mundo” aplicada a quienes eran muy introvertidos, distraídos o protagonistas de un monólogo que transcurría en claves propias; tal el perfil de los artistas. 

Muchos son los artistas que dan clases a aprendices que aspiran a seguir sus pasos así como también hay quienes pretenden conocer las diversas fases que constituyen el proceso de creación. No obstante, estas aspiraciones de enseñar a crear por lo general resultan intentos fallidos. 

Y es que ello no puede ser de otra manera ya que, de acuerdo con Stefan Zweig, ni el propio protagonista es consciente de su propio camino de creación. Para dejarlo en claro recurre a una comparación con acontecimientos procedentes de la crónica roja.  
El artista no es capaz de observar su propia mentalidad mientras trabaja, como no es capaz de mirarse por encima de su propio hombro mientras escribe.
(...) el artista se parece más al culpable de un crimen pasional, es decir a aquel tipo de asesino que comete su acción en un arrebato de ciego apasionamiento y que luego dice la pura verdad cuando ante el juzgado depone: "En realidad no sé por qué lo hice, ni puedo describir cómo lo hice. Vino sobre mí repentinamente. No estaba con mis cinco sentidos. No estaba en mis cabales."
(...) me explico mejor diciéndoles que no está con sus propios sentidos, que no es dueño de su propia razón, pues toda creación verdadera sólo acontece mientras el artista se halla hasta cierto grado fuera de sí mismo, cuando se olvida de sí mismo, cuando se encuentra en una situación de éxtasis. Y permítanme ustedes recordarles en esta oportunidad que la palabra griega ekstasis no significa otra cosa que "estar fuera de sí mismo".
Y entonces cabe la cuestión: si cuando crea está “fuera de sí mismo” entonces ¿dónde se encuentra el artista? El mismo Zweig responde. 
Está en su obra. Mientras crea, no está en su mundo, en nuestro mundo, sino en el mundo de su obra, y por esto mismo es incapaz de observarse a sí mismo. Un poeta, por ejemplo, que en un sombrío día de invierno describe, apoyado en el recuerdo, en sus versos, un paisaje primaveral iluminado por suaves rayos de sol y con árboles verdeantes, no se halla en ese instante con su alma dentro de sus cuatro paredes, ni junto a su mesa de escritorio. Ante su ojo no hay invierno, sino que ve con su mirada espiritual la clara primavera y siente sus vientos cálidos.
Las fronteras entre el tiempo real y el de la creación son un tanto difusas. Así, el escritor en sus sueños se reencuentra con los personajes de la novela que está culminando, el historiador con el personaje al que está siguiendo sus huellas, el director de orquesta con el compositor de la obra que le espera en su próximo concierto, etc. Una vez más recurro a Stefan Zweig quien nos ofrece un claro ejemplo de esta confusión entre los dos mundos en que habita el artista.
Cierto día, un amigo de Balzac entró sin anunciarse en el estudio de éste. Balzac, quien a la sazón estaba trabajando en una novela, dio media vuelta, se levantó de golpe, tomó al amigo del brazo en un estado de suprema exaltación, y exclamó con lágrimas en los ojos: "¡Qué horror! La duquesa de Langeais ha muerto." Su visitante lo miró perplejo. Conocía bien a la sociedad de París, pero nunca había oído mencionar tal duquesa de Langeais, y en realidad, tampoco existía una duquesa de ese nombre; no era sino una de las figuras de la novela de Balzac, quien, en el instante de entrar el amigo, describía la muerte de aquélla. Tenía esa muerte tan presente como si la hubiera visto con sus propios ojos, y aun no había despertado de su sueño productivo. Sólo cuando se apercibió de la sorpresa de su visitante, se dio cuenta que se hallaba nuevamente en el otro mundo, en el de la realidad.
Siendo que en el desarrollo de su oficio el artista se encuentra fuera de sí y lejos de su tiempo, sería improcedente pedirle precisión en la descripción de l proceso de creación cuando él mismo -según Zweig- abriga dudas acerca de su paternidad.
A causa de ese ensimismamiento absoluto, resulta luego incapaz de describir el proceso de la creación artística. En efecto, él no sabe de qué modo ha procedido, incluso hay veces que ni siquiera sabe lo que ha producido. El artista no miente cuando alguna vez se pregunta a sí mismo, asombrado ante su propia obra perfecta: "Realmente ¿fui yo quien creó esto? ¿Cuándo hice esto? ¿Cómo lo hice? No es posible que yo mismo haya hecho todo esto." Y pueden ustedes creerlo: muchas veces el artista realmente ignora lo que en ese instante le ha venido a la pluma o al pincel.
En estos tiempos que vivimos es deseable que, aunque la realidad de a momentos lo desalentara, haya quienes sigan escribiendo, pintando, componiendo, soñando y construyendo otras realidades más amigables y que  tengan la delicadeza de mantenernos al tanto de ello.

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